Entrevista a Olivia Teroba: Respirar bajo el agua, la importancia de la cotidianidad

Olivia Teroba

Por Danielle Roux Rodríguez

Respirar bajo el agua (2020) es un libro de intimidades, de cotidianidades y de pequeños puntos de quiebre que sus narradoras experimentan al estar inmersas en un mundo extraño que no se deja asir del todo. El volumen reúne diez breves cuentos (once, en su segunda edición) de voces femeninas, que proponen perspectivas diferentes de la realidad y cuentan sus historias de vida (o fragmentos de ellas) desbordando sentimiento. 

Nos ponen en manifiesto que existir en la contemporaneidad, como intentar respirar bajo el agua, implica dejarse llevar o luchar por sobrevivir en un ambiente muchas veces hostil. En sus páginas habitan niñas, adolescentes, mujeres y Nellie Campobello; todas se enfrentan al narco, la familia, las drogas, las relaciones con el otro y con ellas mismas, con el fin de encontrar su lugar y su voz en el mundo, escondida en diálogos aparentemente superficiales, la escritura de una carta o de un diario. Las historias de Respirar bajo el agua inevitablemente repercuten en su lector que se ve invitado a intentar entender al otro pese la incapacidad de comunicación en las relaciones actuales, y a cambiar el ángulo de ataque para entender una cotidianidad al mismo tiempo intrascendente y que devela toda su complejidad en formas absurdas.

El libro, ganador del Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos en 2019, es el primer cuentario publicado por Olivia Teroba, autora y editora que ya cuenta con galardones como Premios Estatales de su natal Tlaxcala en las categorías de cuento y ensayo y el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés en 2017 con el cuento “Dentro y fuera de casa”. Además de Respirar bajo el agua, que fue editado por Paraíso Perdido y está disponible en Bookmate, también se ha publicado su libro de ensayos Un lugar seguro (2019) y a finales de año se publicará Pequeñas manifestaciones de luz, ganador del Premio Narrativa Casa Wabi y Dharma Books. En una entrevista, platicamos con la autora sobre cómo se hace un cuento y sus intereses en la narrativa que se plasman en Respirar bajo el agua.

Danielle Roux: La primera edición de Respirar bajo el agua se publicó en noviembre de 2020, es decir, en plena pandemia. Incluso en el libro hay una nota: “Esta edición de Respirar bajo el agua fue editada en la ciudad de Guadalajara en octubre de 2020, año de la pandemia provocada por el virus COVID-19” (s/p). ¿Cómo fue el proceso de edición y publicación?, ¿y de recepción?

Olivia Teroba: El libro estaba ya planeado porque el premio Salvador Gallardo Dávalos debe estar publicado antes de que digan quién es el ganador del siguiente premio. Regularmente, la Feria del Libro de Aguascalientes entrega el premio al nuevo ganador y el anterior presenta su libro, entonces la idea era que yo presentara este libro en la Feria del Libro. Empezó todo lo de la pandemia y, no obstante, el Instituto se ciñó a sus tiempos, la editorial también, y el libro salió a tiempo; de hecho, sí se presentó en la Feria del Libro, pero virtual. 

Fue un proceso bien extraño, porque al mismo tiempo pasaban muchas cosas en mi vida y en el mundo exterior, definitivamente no fue una cosa normal. Con Un lugar seguro sentí esa recepción mucho más cercana, sobre todo porque teníamos presentaciones y yo podía hablar con las lectoras o firmar libros y, aunque me da pánico, es divertido platicar. 

En el caso de Respirar bajo el agua, no, los libros se vendieron muchos por la página web, otros los repartí yo, que también fue toda una experiencia. Creo que la recepción fue buena gracias a ciertas redes que se tejieron durante la pandemia: círculos de lectura, o a veces simplemente amigas que se acompañaban y no se llamaban formalmente un círculo, gente que se iba recomendando libros y que encontró en la lectura una forma de no pensar demasiado sobre lo que estaba ocurriendo… no tanto evadirse, pero sí como un refugio, era tanta la información que nos llegaba todo el tiempo sobre este nuevo virus y las variantes y los picos, que hubo un punto en el que sí fue excesivo. Creo que la lectura fue un refugio para muchas personas y así fue como se leyó este libro. 

Ahora sacamos una segunda edición de Respirar… con el cuento que ganó el Edmundo Valadés, que justo por eso fue por lo que no se pudo poner en la edición original, porque [en el Salvador Gallardo Dávalos] no se pueden concursar libros con cuentos que ganan otros premios y el libro tenía que salir tal cual había ganado en la primera edición. Entonces, ahora que salió con este cuento que había ganado otro concurso, también se ha movido un poco más y tengo la impresión de que mucho se da a través de redes, a través de correos electrónicos… Luego me llegan mensajes de las lectoras y me pongo muy contenta, o lo suben a sus stories y yo me entero y se me hace muy lindo, también hay personas que lo han leído y se me han acercado. 

Yo creo que este libro sí va a tener otra forma de leerse, o tal vez otro tiempo, porque no ha sido como Un lugar seguro que se empezó a leer muchísimo –cosa que también se paró un poco por la pandemia, porque se acabaron los ejemplares— y, en este caso, más bien ha sido como que tiene picos: de pronto alguien lo compra y lo recomienda, y 5 personas más lo compran y así va yendo de un lado a otro. También, la plataforma de Bookmate funcionó mucho, he visto que muchas personas lo han leído por ahí. Entonces, creo que sí ha encontrado un camino un poco distinto, pero sí ha llegado de una u otra forma a las lectoras que querían acercarse a él. 

DR: En otras entrevistas has dicho que el cuento es muy difícil de publicar en México porque tiene cierto estigma de narrativa menor; sin embargo, en Latinoamérica hay una gran tradición de cuento y varias formas de entenderlo de acuerdo con diferentes definiciones. Por ejemplo, está la de Cortázar del knockout, o la de Hemingway y el iceberg. A mí me encanta la de Piglia, que dice que son dos historias, una que se cuenta y una que no. ¿Qué es el cuento para ti? Me queda claro que juegas mucho con los silencios, lo dicho y lo no dicho, pero ¿cómo configuras los cuentos?

OT: Sigo pensando que en México es muy difícil publicar cuento, pese a que yo ya logré publicar mis dos libros, pero los dos fueron por concurso. Es algo paradójico porque, como tú dices: tenemos muchos cuentistas, hay varios premios de cuento, está el premio Edmundo Valadés, que a su vez es homenaje a un cuentista muy importante que también difundió cuento, y teníamos aquí la Revista del Cuento. Entonces, es algo que se lee y se escribe, no obstante, no se publica tan fácilmente en libro, tal vez en ediciones digitales y en revistas sí se llega a dar más el cuento. 

Yo empecé leyendo latinoamericanos, empecé leyendo a Cortázar, a Borges… Después me fui acercando a otras escritoras, por ejemplo, Carson McCullers fue muy importante en mi formación como cuentista, y de ahí he ido aprendiendo poco a poco sobre esta narración breve. La verdad es bien difícil de definir porque pareciera que hay muchos puntos de vista: hay un estilo más técnico; todo esto del knockout, de no mostrar, de sorprender al lector, de dar un giro de tuerca… y también hay una forma de verlo que yo creo que es más latinoamericana, que pretende darte un momento, una instantánea de una vida e irte dando indicios. Está más cercano al iceberg de Hemingway, pero creo que en la literatura latinoamericana lo exploramos muchísimo. Por ejemplo, hay una narradora que se llama Katya Adaui que tiene un libro que se llama Aquí hay icebergs (2017), que justo hace eso, de pronto te cuenta tantos fragmentitos de una vida en un cuento que dices “qué pasa aquí”, y aún así te interesa y sigues leyendo; está Rodrigo Hasbún que también cuenta historias muy fragmentarias. 

Quizá ni siquiera [es necesario irse] al formato del fragmento, la otra vez estaba platicando con una amiga sobre “Las cosas que perdimos en el fuego” (Mariana Enríquez, 2016), que es un cuento que fue muy leído y era muy impactante, pero platicábamos que si lo vez desde un formato tradicional de qué es lo que debería tener el cuento –introducción, nudo, desenlace; la historia oculta detrás de la historia; de pronto un cambio en el personaje—, quizá no cumpla con todas las expectativas formales del cuento, y no obstante nos está diciendo mucho a través de una persona que te cuenta la historia de otras personas que conoce. Tal vez no haya tal cual un cambio, o no sea tan sorpresivo como se podría decir en el canon, pero funciona. Entonces, para mí el cuento es un espacio de experimentación y un espacio para hacer pruebas para contar historias muy diversas. Eso también es algo que me gusta mucho y me interesó mucho en la primera etapa de mi escritura, buscar voces diversas. Si bien muchos de mis personajes tienen edades parecidas y son mujeres, dentro de este rango, [me interesa] qué diferentes apreciaciones se pueden tener, qué distintas historias se pueden explorar, todo lo que se puede vivir. 

Me gusta también mucho adentrarme en lo íntimo, en la vastedad de lo íntimo. Una piensa que el monólogo interior de una mujer de cierta clase y condición social va a ser igual que la de al lado, o tal vez eso parecería narrativamente, pero creo que hay una cantidad de matices que vuelven a cada historia muy muy particular, y eso es algo que me interesaba hacer en Respirar bajo el agua: mostrar esas pequeñas sutilezas del ánimo que pueden marcar la diferencia entre una historia y otra, y hacia dónde se desenvuelve.

DR: Tengo dos preguntas que están relacionadas de alguna forma con esto que mencionas: en primer lugar, los cuentos son pequeñas ventanas en la cotidianidad de estas mujeres y niñas, son fragmentos de intimidades. En un sentido, me parece una reivindicación de lo cotidiano, de lo íntimo y lo personal. Entonces, ¿por qué contar estos fragmentos de cosas pequeñas? ¿Qué piensas de la importancia de la cotidianidad? En segundo lugar, todas las narradoras son voces femeninas, muy diferentes entre sí, pero todas marginadas (hasta cierto punto), que se encuentran en su vida diaria. Todas buscan una entrada a la realidad y todo lo que esta conlleva (violencia, soledad, incertidumbre), por lo que recurren a diferentes medios (drogas, locura, escritura, conexión con el otro, la infancia) para cambiar de perspectiva y dotar de sentido al mundo. ¿Por qué estas voces? Los lugares de enunciación son muy específicos, ¿qué te llevó a ellos?

OT: Primero, [sobre] lo que te refieres como intimidad, de pronto me gusta pensar en esta frase: cuando una se siente triste y quiere decir que no pasa nada, [la realidad es que] nunca está pasando nada por dentro, siempre están pasando infinidad de cosas en la intimidad y en la cotidianidad. Incluso cuentistas como Faulkner y como McCuller lo demuestran, en una cotidianidad como la del sur de Estados Unidos que pareciera ser muy inanimada o en donde no está la acción de la ciudad, pasan un montón de cosas, en Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo también lo vemos. Entonces, tanto espacialmente, en lugares en donde no parece que pasa nada, y pasan un montón de cosas; como internamente, dentro de las personas que pueden parecer más calladas o introvertidas, van ocurriendo muchísimas cosas. Esto me interesa, de entrada, por cuestiones personales, porque yo soy muy introvertida, y también por darle un espacio a las pequeñas ventanas de distintas cotidianidades. Creo que algo que [exploran] mucho mis personajes, y que también me interesa estudiar en la narrativa, es cómo nos acercamos a los otros, y cómo a veces no podemos conectar incluso aunque queramos, o aunque las dos personas estén dispuestas. De hecho, de eso es de lo que se trata el cuento del Edmundo Valadés: aunque haya toda la disposición de dos personas, a veces [eso] no significa que podamos acercarnos; y si no se hace el intento es peor. Hay muchas cosas que se interconectan y que se van relacionando y que pueden impedir que dos personas se puedan comunicar, incluso estando una enfrente de la otra, como ocurre en el cuento “Ejercicios de caligrafía”, de esta mujer que es esposa de una persona en una posición económica alta y ella tiene un hijo, pero cuando habla del hijo lo hace incluso con una lejanía. Ella tiene todos los recursos materiales para acercarse y no puede. Entonces, me interesa mucho eso y creo que eso es lo que hace que parezcan personajes marginales, porque realmente son incomprendidos, pero esta escritura es también hablar de esas incomprensiones. 

Todos somos de cierta forma incomprendidos, el lenguaje es apenas un puente que nos acerca un poco, pero realmente expresar por completo nuestra interioridad y tratar de dar a entender lo que nos está pasando para comunicarlo al otro es bien complicado; eso le lleva a la gente a veces años de terapia, no todos tenemos esa educación sentimental, o no siempre está la oportunidad de hacerlo. Entonces, me gusta pensar en personajes que están siempre intentando acercarse, que están siempre intentando ser en el mundo social, y a veces lo consiguen, a veces no. Muchas veces como se consigue esa comunicación es por instantes, esa comunión de las personas como en el cuento de “Aquí y ahora”, en el que las chicas van al concierto y por un momento están juntas, pero quizá cuando acabe la fiesta cada quién se va a ir por su lado. Entonces me parece que ese ir y venir de las personas, entre hablar y no hablar, el acercarse y dejarse y ser en solitario, da para hablar muchísimo y son muchas vidas que se van explicando y que podrían seguir y seguir. Se podría seguir explicando toda esa vastedad de las emociones, de las sensaciones, de las impresiones, de los miedos, de la forma en la que estos personajes se emocionan ante un acercamiento o ante algo que los impresiona, y cómo pueden comunicarse o cómo no pueden comunicarse. 

DR: Me pareció que una línea que “une” a todos los cuentos es esa necesidad de relaciones afectivas que, como dices, no siempre se logran. Más bien, es la incapacidad de generar conexiones con el otro y, sin embargo, hay una constante búsqueda de esas relaciones afectivas, las personajes siempre lo intentan. Entonces, ¿tú dirías que la necesidad de afecto o de relaciones de cuidado atraviesan todos los relatos?

OT: Sí, creo que hay varias cosas [que los unen]. De entrada, en el libro de Respirar… es bastante claro porque todas las voces son femeninas y eso ya le da una línea a la historia, ciertas condiciones de vida. Sí hay una sensación quizá de desprotección o de incertidumbre que tiene que ver un poco con eso, pero que va más hacia intentar plasmar un asombro hacia lo cotidiano, que también es otra cosa que me interesa porque hay muchas cosas que damos por hecho. El ser mujer se da por hecho, las relaciones de violencia se dan por hecho; la lejanía también, el no poderse comunicar, también se da por hecho. Y estos personajes constantemente están viviendo un asombro, un “no puedo creer que estoy aquí y que esto pase de esta forma” o “yo quisiera que esto fuera así, pero es de esta otra” y hay cierto espíritu un tanto adolescente en esta parte de la insatisfacción que es algo que me gusta mucho explorar en mis escritos: todas las cosas que damos por hecho y si deberían ser así o por qué deberían ser así; y, al mismo tiempo, esa frustración se va tornando en resignación, porque no siempre se pueden cambiar las cosas. Y sí, hay una necesidad de comunicar que también tiene que ver con una necesidad de afecto y de cuidado, pero en muchas ocasiones acaba recayendo sobre una misma, en una cosa de pensar en que antes de que se de esa comunión con el otro, hace falta hacer una comunicación interna y pensar en una misma y entenderse como persona. Entonces, también va un poco por ahí, son varios momentos distintos, sí me importa mucho que al explorar la interioridad se piense en el otro, pero que también se piense en qué conforma a una persona y qué necesita esa persona para poder decir que está bien y para poder estar hacia afuera.

DR: Sobre este asombro del que hablas, sé que has hablado antes sobre este límite entre lo fantástico y el extrañamiento, pero también creo que hay un límite con un tono más irónico o absurdo (incluso en algunos cuentos las mismas narradoras lo dicen, como en “Tonos de verde”). Me parece que quizá todo desde un punto de vista límite puede deslizarse hacia lo absurdo o lo fantástico, al salirse de su propia situación y verla con asombro, para cuestionar su normalidad. ¿Estos tonos absurdos o fantásticos sí tendrán la función de señalar lo extraño de las situaciones?

OT: Sí, creo que sí es un poco eso, pero creo que en todos los cuentos es distinto. Lo que sí es que los personajes son conscientes de lo absurdo y lo ridículo de sus propias situaciones. Por ejemplo, el de “Tonos de verde”, es una situación muy absurda desde la ilegalidad de la planta y por ciertas maneras de vida asociadas a esta ilegalidad. Creo que poner en absurdo y poner en ridículo tiene que ver con una sensación de hartazgo y en general es un pensamiento que andan trayendo los personajes porque yo también lo traigo, de cómo es que nos cuesta tanto vivir bien, o estar en un lugar sano o seguro, cómo es que toda la historia de la humanidad se ha esforzado tanto en el progreso y al final el progreso es que sigue habiendo personas con más poder que otras y sigue habiendo personas oprimidas, sigue habiendo personas que sufren de violencia o siguen habiendo niños que son desatendidos. Entonces sí, creo que el asombro y lo absurdo van un poco hacia descolocar la mirada y se pretende que también la mirada del lector, que es la persona que está metiéndose a estos cuentos a través de estos personajes. 

DR: Cuando leía los cuentos me dio la impresión de que las situaciones adversas de las personajes crean un ambiente agobiante y de quiebre no solo para ellas, sino también para el lector. Es decir, siempre estuve esperando explosiones que nunca llegaron, pienso en cuentos como “El cielo guarda cualquier secreto”. Incluso cuando sí hay momentos de violencia más explícita, es tan normal que no es narrada como clímax. Mi pregunta es, esta atmósfera que también se transmite al lector, ¿es pensada para el lector cuando la escribes o más bien es un efecto colateral de crear la atmósfera dentro del cuento? 

OT: Es un poco complicado porque hay cuentos que pensé más hacia afuera y otros que no. A veces parto de la historia, a veces parto del efecto, cambia según la historia. Por ejemplo, “Dentro y fuera de casa” sí fue un cuento muy pensado hacia afuera porque tiene una estructura fragmentaria, entonces fue pensado para que la estructura se entendiera… cómo podía contar los dos puntos de vista de una ruptura, cómo transmitir a los lectores esa sensación que te dan las rupturas, que tiene que ver un poco con esa atmósfera: todo es raro, realmente sí nos queremos, pero esto no va a funcionar, así que es lo mejor para los dos, pero al mismo tiempo estoy triste. Creo que también algo que me gusta mucho explorar es la gama de sensaciones que puede haber dentro de una sensación mayor, porque a veces queremos resumir la sensación de un periodo de vida. Por ejemplo, ahorita que estamos con todo esto del COVID y hay tantos duelos, he pensado en el duelo y cómo no solo es tristeza; es tristeza, pero son momentos de alegría al recordar a la persona que se fue, son momentos de desesperación, momentos de arrepentimiento y seguramente muchos matices de sensaciones que se me están escapando. Entonces, en ese caso, cuando sí los pienso hacia los lectores, pienso en cómo podemos matizar un poco la sensación; no es solamente “una persona triste” otra vez, o “una persona despreocupada”. Quizá otro ejemplo es el cuento “Diente por ojo”, que es de una chica que toma bastante alcohol y al final decide seguir tomando alcohol, [lo difícil es] cómo salirse un poco de esta figura del escritor maldito borracho que odia la vida y se tira al vicio, cómo salirse de ese estereotipo. [La respuesta es] pensando un poco en las sutilezas, pensando en esta chica, en de dónde viene esta necesidad de tomar, y qué es lo que está arriesgando, o qué podría obtener a cambio, o ella piensa que va a obtener algo a cambio. Creo que esos pequeños detallitos pueden enriquecer una sensación que normalmente se podría decir con una palabra; entonces, es decir con muchas palabras algo que regularmente solo es una. 

Hay ciertas atmósferas que sí están muy pensadas y hay otras que quizá no tanto, que son más de expresar la interioridad y salió así. En “El cielo guarda cualquier secreto”, mi interés era hablar de una niña que se enfrenta ante un intruso y se hace una relación que, como tú dices, parece que va a ser de abuso, pero también tratar de ponerse en su lugar y de darnos cuenta de cómo es casi imposible darse cuenta a una edad tan pequeña, y cómo muchas veces faltan las palabras para enunciar lo que está pasando. A veces va más hacia una idea o hacia un personaje y la atmósfera va más por descontado porque sí son situaciones bien complicadas. Es curioso, porque yo no pienso tal cual en la emoción cuando hago mis libros, sino que pienso en temas que me preocupan y de rebote van saliendo cosas bastante delicadas, pero de las que me parece que es muy importante hablar. 

DR: Me llama la atención que digas que es sobre las sutilezas y que el lenguaje que utilizas para describir algo es primordial, y creo que se relaciona con lo que voy a preguntarte. Como ya mencioné, eres editora, y has dicho varias veces que tienes esta manía de revisar y reeditar tus textos hasta que tú consideras que están perfectos, y creo que lo relaciono mucho con lo que dices sobre el lenguaje que utilizas porque noto que es un lenguaje muy cuidado, no falta una palabra ni sobra una palabra. Pero, cómo logras conciliar estos dos ámbitos, de la escritura y la edición o cuál crees que es la importancia de la corrección, o cómo sabes que ya está listo un texto.

OT: Realmente, para mí está listo cuando me lo quitan de la mano. Me gusta mucho contar una anécdota de Josefina Vicens porque así me siento menos rara: cuando ella escribió El libro vacío (1958), estaba obsesionada con que todo saliera bien, entonces hubo un punto en el que ya se lo había dado al editor y el editor ya lo había mandado a la imprenta, que en ese tiempo era una imprenta con calera de tipos móviles, y ella llegó a ver al impresor para que cambiara la placa, le pagaba para que volviera a hacer toda la placa para cambiar detalles como comas. Creo que lo hizo dos veces, y una vez el impresor le dijo, “mire señorita, yo creo que al texto hay que dejarlo ya, porque si no lo va a secar”, y esa expresión de que “lo va a secar” se me hace muy linda porque ciertamente hay un punto en el que la corrección puede hacer que se vayan ciertas cosas. A veces, cuando yo estoy corrigiendo digo, “esta palabra está bien rara”, pero me gusta, hay cierta sonoridad que para mí representa lo que yo quiero que se sienta en ese momento, el personaje estaba así. De pronto, después de un verbo pongo un adjetivo y para mí tiene sentido y pienso, “démosle chance de ser en su incorrección”, porque tampoco es totalmente correcto. Mis textos tampoco tienen un vocabulario muy elevado porque me gusta que se puedan leer con facilidad, y a veces meto palabras que quizá acabo de leer en algún texto y pienso “no, esto no le va al personaje”, y otras veces sí, son personajes disparados con ideas irregulares y puedo meter palabras extrañas, lo voy pensando constantemente. Ahora que decías lo del lenguaje, he estado corrigiendo el libro de Dharma estos días y tiene poco que leí el libro de El invencible verano de Liliana (2021), de Cristina Rivera Garza, y me gustó mucho esa sensación de compartir la idea de la importancia de las palabras. Al final, creo que el trabajo que hace Cristina, si bien es algo bien complicado y difícil porque va hacia su propia persona y una parte de su vida bien importante y de su hermana, le dio la distancia suficiente para poderla apreciar desde otro ángulo y decir “lo que nos faltaba en ese tiempo eran palabras”; eran palabras para describir que ella estaba en una relación de abuso, una relación de violencia, y que este tipo era un potencial feminicida, pero no lo sabíamos en ese momento. 

Entonces, sí creo mucho en la importancia de las palabras y en la importancia de la forma en la que se dicen las cosas, incluso, a veces, aunque parezca que es lo mismo, yo tengo la sensación que te transmiten cosas distintas hasta los sinónimos, por la forma en la que suenan, en la que están acomodados, como si fueran conjuros. Es algo muy personal que yo siento y es algo que creo que obviamente voy a compartir con las personas contemporáneas y con las de mi generación, porque quién sabe qué le diga lo que yo escribo a una persona después, como a veces ahora nos cuesta leer cosas de la colonia o incluso cosas de principios del siglo XX. Eso tiene su propio lenguaje y está muy bueno entrar a eso, pero yo en este momento quiero escribir de una forma en que las personas a mi alrededor me entiendan y poder llevarles a ciertas sensaciones, y por eso me gusta tanto ir cuidando todo. Hay un punto en el que digo “ya, no quiero secar el texto”; no quiero que esté muy acartonado, o que se vea demasiado pulido y no deje fluir. Entonces digo “ya, no, suéltalo, por favor”, pero sí creo que puedo encontrar correcciones infinitamente, que es lo que me pasó con Un lugar seguro, que ya le cambié cosas. Creo que ya es un compromiso personal soltar el libro, decir “hasta aquí lo voy a dejar”, aunque sabes que podrías seguir por siempre. 

DR: Sí, me imagino que ha de ser muy difícil. Creo que esas son todas mis preguntas sobre Respirar bajo el agua, pero no sé si nos quieras hablar un poco sobre la segunda edición y/o sobre Pequeñas manifestaciones de luz, que sale a finales de año. 

OT: Muy rápido, de la segunda edición de Respirar bajo el agua, porque ya lo dije varias veces aquí. Incluye un cuento más, que es el que ganó el Edmundo Valadés que no se podía incluir al principio por parámetros del Instituto, porque se tenía que publicar el manuscrito tal cual fue enviado a concurso [Salvador Gallardo Dávalos]. Realmente los cuentos no los cambié; esa es otra cosa sobre la corrección, corrijo más los ensayos y crónicas que los cuentos. En los cuentos sí hay un punto en el que ya ni yo puedo más, quizá los textos podrían ser mejores, pero no conmigo en este momento. Mejor escribo otra cosa, que es lo que pasa mucho en los talleres, que hay veces que te corrigen tanto un texto que dices “ya mejor hago otro y dejo este como está”. Pero bueno, los cuentos todos son iguales a los de la primera edición, la única novedad es que hay un cuento más que es el de “Dentro y fuera de casa”, que también se puede encontrar en línea, entonces es para coleccionistas o para la gente que quiera comprar el libro de nuevo, pero si tienes la primera no hay ningún problema, lo puedes encontrar por ahí. 

Pequeñas manifestaciones de luz es el libro que ganó el Premio Casa Wabi y ese libro lo escribí durante el FONCA, entonces yo tengo la impresión de que está bastante estructurado, de que se nota que son las mismas intenciones, pero quizá ya con una idea más fija, porque Respirar… fue una etapa muy larga de mi vida, esos cuentos me costó muchísimo publicarlos. Este libro lo hice en menos tiempo y fue con la compañía de mis tutoras del FONCA y mis compañeros, entonces tiene bastante trabajo de tallereo. La idea del libro tiene un poco que ver con la de Respirar…, que es encontrar los momentos de iluminación o de epifanía o luminosos dentro de la oscuridad, y la oscuridad es una bastante fuerte. Es un libro muy fuerte de leer, creo, porque habla de la violencia en México, entonces sí hay casos de asesinatos o cosas así. No habla de las víctimas, yo no soy muy de hablar del momento de la violencia, me cuesta mucho explicarlo y tampoco me interesa; sino de lo que pasa después, entonces habla de los familiares, [como] el primero, [que] es sobre una chica que es familiar de una persona que asesinaron. Habla un poco de los desaparecidos, y también mucho quizá de rodear el tema, de hablar de lo que pasa alrededor de la persona. A muchos nos toca la violencia, a veces quizá no nos toca directamente pero sí influye en esta atmósfera de miedo, de opresión, de desesperación de querer hacer algo para ayudar y no saber qué. Entonces, los personajes están inmiscuidos en este mundo que es el México ahora y se están preguntando qué hacer con eso. Es la fórmula con la que todos reaccionamos, algunos no ven noticias y deciden no pensar en eso y se enteran de que pasó algo en la casa de al lado. Se trata sobre eso, sobre cómo intentamos resguardarnos ante la violencia y qué pequeños espacios podemos encontrar para resguardarnos sin necesariamente evadirnos, sino refugiarnos de eso. Son ocho cuentos, más largos que los de Respirar…, que tiene muchos, pero cortos, y va a salir en octubre. 

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Danielle Roux es estudiante de la licenciatura de Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana. Sus temas de estudio predilectos incluyen el límite del lenguaje y la representación, así como la narrativa de autoras latinoamericanas. Su amor por la escritura tiene como origen la convicción de que las palabras configuran al mundo y, por lo tanto, deben ser tratadas con cuidado y cariño.

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